miércoles, 20 de octubre de 2010

El Hada de los Bosques

Era lo mejor, sí, perderme...; aquella tarde había sido tan conflictiva que lo mejor fue eso, perderme, irme a algún lugar muy lejos de la actividad urbana y humana...; dejar que mi mente desconectara por completo de los problemas que me maniataban a una vida cargada de preocupaciones. 

Avancé con decisión rumbo al bosque donde solía hacer más de una escapada, simplemente quería escuchar el rumor de las hojas azotadas por una suave brisa que terminaría colisionando en mi cara, haciéndome sentir más sosegado que nunca; también escuchar el suave fluir del agua a través de las pequeñas rías que se hacían tras varios días de lluvia.  El sol estaba cayendo en un cielo comido por la oscuridad, gobernado por una reina blanca que vela por nuestros sueños cada noche. Llegué a mi lugar, un sendero que llega a su fin con una gran roca rodeada de grandes árboles que me protegen. Me senté con parsimonia y con gran gesto sutil y airado encima de mi roca; una pletórica roca de la que me había adueñado. Me encantaba perderme entre aquel magnífico paisaje y dejar volar mi imaginación sintiendo cómo la naturaleza velaba por mi tranquilidad y mi paz interior. Aquella noche pasaba algo extraño, no había el dulce y armonioso canto que me dedicaban los pajarillos cada tarde que los visitaba; sin embargo, el paisaje me era más que suficiente para evadirme de la realidad; de aquella cosa que sólo me inquieta y me trae preocupaciones. 


La noche terminó cayendo y yo seguía allí, sentado y sumido en mis sentimientos, en mis pensamientos muy lejos de lo que la realidad me solía deparar. Las nubes comenzaron a ponerse, y la gran dama blanca dejó de entreverse, sólo se veían difusamente algunas estrellas. Empecé a escuchar un fuerte chapoteo, era la lluvia, había comenzado a llover. El verde follaje de los árboles me cobijaba un poco de la lluvia, pero no por completo. Para cuando caí en la cuenta, estaba empapado y decidí que lo mejor sería volver a la Tierra, a la realidad donde los problemas marginaban mi espíritu y lo apartaban a un lugar remoto y perdido. 


Decidí correr un poco y darme prisa, para evitar malestares mayores de salud por el agua calando mi ropa. De repente, comenzó a pasar algo extraño, los pajarillos no se estaban cobijando, estaban yéndose rumbo a un lugar muy abierto. Cantaban y cantaban como si nada pasara, como si la vida sólo se tratase de disfrutarla. Decidí seguirlos, era muy peculiar que todos estuvieran yendo en fila, en la misma dirección y a un lugar abierto. 


Caminando y caminando, comenzaba a hacer frío, mi ropa ya estaba empapada y sólo podía obedecer el cántico de los pajarillos que parecía inducirme a un mundo misterioso, desconocido para mí... El camino terminó desembocando en un gran lago, ahí el agua no era normal, era como más ligera; la lluvia se había calmado y la Luna comenzó, de nuevo, a alumbrar con su perfecta aura el cielo oscurecido. El agua era cristalina, como si tuviera otra composición. Los pájaros cantaban y cantaban y el viento hacía una perfecta armonía al estremecer las hojas de los árboles. Era una escena perfecta, magnífica, sublime. 


Me metí en el lago y, de repente, apareció una luz sumamente cegadora, como si del sol naciente se tratara. Decidí acercarme con paso ligero a aquella luz. El sorprendente azar de mi vida me había llevado hasta, la que sería a día de hoy, la mujer más bella que nunca vi. Delicada, perfecta, alegre, bondadosa..., ni todas las cualidades presentes en una mujer servirían para describir lo que tenía ante mis ojos. Me sonreía airosa y ruborizada a la vez. Jamás experimenté tales sensaciones, eran, sin duda alguna, las mejores que jamás había experimentado. Me acerqué a ella con cortesía y sutileza, parecía que quería tenerme más cerca. Le pregunté su nombre, mas no contestó, sólo afirmó ser el Hada de los Bosques. 


No sabía si debía seguir con ese "juego" o no, mas decidí proseguir. Yo afirmé ser un caballero errante que se había perdido entre los grandes laberintos que albergaba el bosque. Ella seguía sonriente, parecía que estaba feliz de haberme encontrado. Decidí proponerle un baile a la luz de la luna, algo que rememorase siempre nuestro encuentro. Pero no, se negó rotundamente, dama efímera y a la vez eterna en mi vida... Por el contrario, me agarró de la mano muy fuertemente, parecía que no quería soltarla y acercó sus cálidos labios a mis helados labios. Fusionamos mucho más que nuestros labios, fusionamos nuestras almas, nuestros seres; todo lo que éramos, lo que habíamos soñado ser... La agarré por la cintura y decidí tenerla abrazada a mí para siempre...


..., pero para cuando me quise dar cuenta, estaba recién despertado en mi cama y maldiciendo el momento en que el destino separó nuestras almas. Han pasado años de ello ya y aún sigo preguntándome por qué no he vuelto a ver a mi Hada de los Bosques. Aún sigo navegando entre los bosques buscándola, pero no, no la encuentro. Sólo sé que nuestras almas algún día fueron una y que me robó el corazón. Oh, dulce y doloroso amor, ¿por qué nos robáis nuestros corazones dejándonos errantes y perdidos?

martes, 19 de octubre de 2010

Una tarde cualquiera

No tuve dudas y caminé con decisión hacia ti, tú pareciste no sorprenderte aunque de nada me conocías hasta ese momento.
Te habías mordido levemente los labios con dulzura e inocencia, habías jugado con tu pelo mientras hablabas con tus compañeros de banalidades sin prestarles la atención que me dedicabas a mí.
Aún desde una distancia prudente, pude leer el deseo en tus ojos de hoguera que se habían clavado en los míos, de hielo, como antaño, esperando ser agua de un momento a otro.
Me miraste con picardía, como señal imposible de malinterpretar y yo, como antaño, no puedo negar que me estremecí.
Tu seguridad era aplastante, y sin hablar, me planteabas un desafío que deseé como nunca a nadie, como nunca a nada, aún sin saber qué hacías allí.
Avancé apartando a la gente y con paso decidido mientras me relamía en tu busca,  te agarré por la cintura y te besé en los labios prohibidos, delante de toda aquella gente que me tomaron por un loco atrevido, o tal vez por uno de tus tantos amantes.
Todos aquellos ojos incrédulos poco me importaban en ese momento, porque ninguno de ellos me separaba de ti, y tú, que tras responder a mi cálido beso con pasión, me apartaste, te ruborizaste y huiste…; fuiste pasión efímera y deseo eterno en mi sorprendente azar.
Y todo ese recuerdo me rondaba aún en la mente cuando habían pasado años y te vi, cuando y con quien nunca habría podido imaginar cuando ya habías pasado por tu voluntad y no por la mía, a ser parte de mis enterrados recuerdos.
Pensé que cuando alguna vez nos pudiésemos llegar a encontrar, nos íbamos a evitar, que ibas a esquivar las miradas furtivas y tendría que salir corriendo, cuán adolescente que pierde su primer amor sin saber muy bien por qué.
Pero no. Te tuviste que acercar cordial, sonriente, con una calidez tan humana y divina que creció aún más con el brillo de mis ojos y haciendo arder ante mí mis esquemas.
Como siempre, amigo, como nunca, amor. Parecía que había pasado tanto tiempo y a la vez que el reloj estaba luchando por volver hacia el pasado…
No sé si sonreí antes, durante o después de frotarme los ojos, esperando despertar…
Pero no, permanecí de pie, ante ti, hablándote con naturalidad autómata como si el piloto automático del saber estar me hubiese salvado la situación; como si la anestesia de tu presencia se hubiese acomodado en mi mente y mi cuerpo fuese independiente en ese momento.
Y cuando me besaste las mejillas, con dulce y formal gesto de cariño y despedida viendo unos segundos más tarde cómo te alejabas con paso decidido y grácil, como flotando entre los demás, hasta desaparecer por completo entre el gentío.
Temblé y me estremecí, por un momento sentí que perdía el equilibrio, como si el mundo se hubiese hundido a mis pies y yo estuviese a punto de caer al vacío.
Cuando todo hubo pasado, me senté en un banco y di mi merienda a las palomas mientras sólo las veía venir, picar y marcharse entre el aleteo de las demás y puede que, mientras tanto, las identificase conmigo, con todo lo que te di…
Pero eso no lo tengo muy claro porque para cuando caí en la cuenta había casi atardecido y yo continuaba en el mismo banco, pero en mis manos no había ya nada que ofrecer, por lo que las palomas ya se habían ido, se habían alejado de mí como flotando entre los demás, hasta desaparecer, por completo, entre el gentío…

lunes, 18 de octubre de 2010

Alcalá de Guadaíra


Todos buscamos un lugar con el que sentirnos identificados, un lugar cargado de serenidad y paz donde poder respirar y reflexionar tranquilamente…  Quizá, no se puede disponer de un lugar denominado “paraíso” pero sí de bellos parajes que merecen la pena fotografiar y recordarlos para sentirte en pleno estado de sosiego.
Os contaré mi historia y cómo di con un gran lugar que hace sentirme en plena armonía conmigo mismo…
Todo comenzó una tarde como otra cualquiera en la que los fenómenos atmosféricos hacían su acción por medio de la lluvia, creando un verde campo, tan verde que ya con tan sólo verlo te creaba cierta paz interior; ya no sólo era ese verde, sino el sonido del agua recorriendo los riachuelos, los árboles rodeando aquel inmenso pueblo sevillano… Era un gran conjunto de cosas que te transmitía sensaciones verdaderamente pacíficas. Decidí sentarme y ya estaba bien entrada la noche,  me fijé en el cielo. Aun habiendo nubes, se podía ver algunas estrellas difusas ante la espesura de las nubes.
Y entonces fue cuando, sentado, miré al frente y vi un gran paisaje, cargado de belleza y en perfecta armonía… Era un paisaje rural, una mezcla de la naturaleza y la acción del hombre, grandes árboles a la derecha, un campo verde a la izquierda, al frente  un conjunto de casas que estaban, debido a la altura, desigualadas y, un poco a su lado, un puente denominado “el Puente del Dragón”; parecía un paisaje oriental, como si de los paisajes de China se tratara; pero no, me hallaba al sur de España.
Respiré profundamente y me limité a observar ese digno paisaje de ver que traía consigo muchísima paz interior; y fue entonces cuando llegué a la deducción de que por estas pequeñas cosas, merece la pena levantarse cada día, para verlas y estar en armonía y paz con tu alma.

Mientras duermes

Ahora que duermes a mi lado, puedo acariciar tu cabello y afanarme en recordar mi reflejo en el océano pacífico del mar de tus ojos donde se encuentra, rodeada de azul, la isla de tu pupila, cuán trozo de ébano esculpido por la luz que alumbra tu sereno semblante.

Me acerco lo suficiente para que me envuelva el aroma de tu perfume, que embriaga todo lo que se impregna de él, para dejar paso a un estado de semiinconsciencia en el que sólo puedo obedecer tu voluntad, aun sin que tú seas consciente de ello.

Permanezco en silencio, a la escucha atenta de tu respiración, que me va como hipnotizando lentamente como si me invitara al mundo en el que tú yaces, a un lugar remoto y perdido donde todo es posible sólo con que alguna vez lo creas tú.

Llego hasta tus labios y los beso sin poder vencer, de ningún modo, la tentación que a ello me empuja para saborear efímeramente el dulce sabor de la mortalidad que te caracteriza. Y una lágrima furtiva cae desde mi rostro y por tu dulce boca resbala, atraída por la gravedad de tu piel, y baja, sinuosa y caprichosa, rumbo a tu pecho.

Y te miro, cojo tu mano y la aprieto contra mi pecho; pero con sumo cuidado para no despertarte, pues sé que al llegar el fin de tu sueño traerá consigo la despedida y el ver cómo las circunstancias te maniatan y te alejan de mí.

Furtivos, tú y yo, se acabará todo lo que habíamos soñado ser por un corto fin de semana, por lo que seguiremos luchando, viviendo… y esperando… a la espera de que llegue otra oportunidad en que volver a encontrarnos donde, de nuevo, jugaremos a ser más que amantes; donde olvidaremos lo que somos para fingir ser lo que queramos; para verte en mis brazos…; para jurarte que todo cambiará… y para desear que es la última vez en que temo verte partir mientras duermes.

Camino


Sin perder detalle, camino siguiendo cada una de tus huellas, hace rato que te sigo y que miro tras de mí como si el perseguido fuera yo.
Es curioso, parece que hace siglos que camino tras de ti, que no pierdo ni un detalle de tus pasos, y siempre me dejas en una extraña hipnosis, en un sueño casi profundo… atónito, atolondrado… que me hace evadirme un instante en lo más profundo de mis sueños…
No sabría decir cuánto hace que deambulo al ritmo de tus pisadas, que bailo al son de la extraña melodía de tu caminar, mirando con celo, tras de mí, por si alguien más se aventurase a seguir tu estela.
Confieso que, alguna vez, el simple olor enrarecido de lo que no seamos tú y yo, o una maltrecha sombra de tal vez nada concreto, me han hecho, tras mirar de reojo, estar a punto de desenfundar algún arma arrojadiza para detenerme, respirar, y auto calmarme pensando que sólo fue la brisa, que sólo fue el viento…
Y tú, que alguna vez te has girado sobre tu misma figura, sobre tu estampa perfecta, para darme la mano y para, tal vez, animarme a caminar junto a ti, a tu ritmo, sólo has conseguido que me sonroje, que tartamudee escuetamente para acabar diciendo poco más que nada.
Y sé que un día tal vez no demasiado lejano, te besaré la mano, tras aceptarla, y aún mirando de reojo por si nos acechan, con una de mis zarpas apoyaré tus manos… tus perfectas manos… y las besaré, porque será el inicio de la sarta de besos que aguardan en mis labios; del latir acelerado del corazón que te espera en mi pecho; de las lágrimas que en mis ojos esperan salir, como símbolo de la emoción de verte reflejado en ellas antes de caer al abismo, pero morir contentas porque por un instante se asemejaron a ti.
Pero hasta ese momento, rastreo tus avances y te cubro en tus retrocesos, soy guardián sigiloso de tus caminos a veces tortuosos y otras sencillos; de tus noches de bohemia bajo las estrellas y de tus tardes calurosas, en busca de una sombra donde descansar…
Pero hasta ese preciso instante en que deje de caminar tras de ti, para llevarte en brazos porque ya el camino no sea digno siquiera de que en él marques tu huella, seré quien, desde la sombra, vele tus pasos y, a menudo, coloque seda para que tus pies desnudos no padezcan al andar… porque quiero, como dice la canción, hacer camino contigo… y el camino, solo se hace al caminar.