sábado, 27 de noviembre de 2010

¿Sueño o realidad?

Me desperté con el dulce sonido que la lluvia creaba al caer en el suelo. Sí, estaba lloviendo; es más, parecía que el día no iba a mejorar lo más mínimo. Un sábado y tendré que quedarme en casa, ¡menudo plan! -pensé. Aún así, sonreí, no podría evitar sentirme feliz. Me encantan los días de lluvia, el sonido del agua cayendo, golpeando suavemente los cristales de las ventanas, el canto de los pajarillos. Son tantas las cosas que la lluvia trae consigo...

Me levanté de la cama y me dispuse a desayunar, a limpiar... En fin, todos los quehaceres cotidianos que trae consigo no tener clases. Tras acabar todo esto, me senté delante de los ventanales que hay en el salón y me puse a leer, echando algún que otro vistazo al paisaje. El cielo estaba oscurecido y el Sol no se dejaba ver. Había charcos esparcidos por toda la calle y lo único que alteraba el paisaje eran los malditos coches y su contaminación. 

Empecé a quedarme anodado, atontado, como si no estuviese ya en la escena. Sólo estábamos el libro y yo, sumergido en la gran historia de la Noche de la Tempestad. Las palabras del libro comenzaron a ser difusas ante la imposibilidad de continuar despierto. De repente, el escenario cambió, me hallaba en una noche de luna llena cerca de un acantilado. La mar estaba muy embravecida. Olas que se enfadaban con el acantilado, un fuerte ruido que se producía gracias al viento y las olas... Precisamente no era la noche adecuada para verme en aquel escenario.

Por alguna extraña razón, miré a la Luna y comencé a pensar en por qué nunca cambiaba su rostro. Siempre con una sonrisa medio torcida e irradiando pureza, luz. Comenzó a haber una tormenta muy intensa y llegué a pensar que no saldría vivo de allí; que algún rayo del mismísimo Zeus me caería. Fui a buscar resguardo de la tormenta, mas no hube encontrado nada, pues allí sólo estaba el acantilado y una gran llanura solitaria. Decidí correr y evitar que un rayo me partiese. Hacía mucho viento y tenía frío, pero era quedarme quieto o echar a correr. De pronto, oí un fuerte estruendo cerca de mí, como a unos 200 metros. Era un rayo, había caído en esa zona. Decidí acercarme a la escena, pues ahí había algo extraño. 

Y..., efectivamente,  algo raro ocurrió. Conforme me iba acercando, iba caminando con más parsimonia, pues estaba escuchando unos ruidos extraños, como si alguien estuviese por ahí. Cuando llegué al lugar, vi que había un chico por esa zona. Era un chico un tanto extraño, de los que no se encuentran todos los días. Decidí cruzarme unas palabras con él, pero con sumo cuidado por si reaccionaba violentamente. El chico me vio y me sonrió. Me acerqué lo suficiente. ¿Quién sois? -le pregunté. Me sonrió y con un gesto gentil me dijo que se hacía llamar el Caballero de la Luna. ¿De dónde venís? -le pregunté. De una región de la Luna llamada la "Lumière", pero no sé cómo he podido llegar aquí -me contestó.

Poco a poco, se fue acercando a mí y cada vez su sonrisa se volvía más grande, más limpia. ¿Os apetecería un baile a la luz de la Luna? -me preguntó. Mas no supe qué contestar, pues parecía todo sacado de un cuento. Al final, accedí a su pregunta y me dejé llevar. Su indumentaria era ideal, elegante pero moderna a la vez. Tenía buen gusto, sí. 

Me cogió de la mano y empezó a bailar lentamente conmigo, de una forma muy romántica y mirando la Luna. Bailaba muy bien, no era capaz de seguirle sus pasos, sin embargo, mis gestos al menos estaban a la altura de lo que el gran hombre de la nada esperaba de mí. Sonrisas, miradas furtivas, corazones refulgentes latiendo a la máxima velocidad... Saltaban chispas entre nosotros, la atracción era sublime.

Cuando terminamos de bailar, se acercó a mí y me abrazó de una forma muy tierna, muy cariñoso. Se me erizaron los pelos de los brazos, estaba atónito. Bailáis muy bien -le dije. Gracias, vos también -me contestó. ¿Sabéis lo que más me gusta de estos momentos? -le dije. Pero no, no me contestó. Se abalanzó a mí y sin más preámbulos me dio un suave, tierno y cálido beso. Fue el mejor beso que nunca me habían dado.. Muy dulce y cálido. Me ruboricé tras el beso y me di la vuelta. ¿Os ha molestado? -me preguntó. Negué con la cabeza. ¿Entonces? -continuó preguntando. Nada, simplemente no me esperaba que la noche acabaría así -le contesté. Comenzó a reírse y me agarró de la cintura mientras me besaba la nuca. 

El tiempo pasaba y pasaba, pero nuestros cuerpos seguían unidos. Era extraño, jamás me pasó algo semejante con un chico. Comenzó a besarme muy apasionadamente y me dijo que nunca me olvidaría. Cuando abrí los ojos tras ese último beso, se había esfumado, había desaparecido de la nada, tal y como apareció.


Empecé a recorrer toda la llanura y nada, no lo encontré. De pronto, empecé a sentir unos toques y la voz de mi madre. Jony, hijo, ¡que te has quedado dormido! -me dijo. Y yo sólo recuerdo que sonreí y sentí un gran cosquilleo por el estómago. Ahora ya ha anochecido y continúo pensando en ese momento y ese sueño. Creo que nunca olvidaré a aquel caballero ni tampoco el sueño que me ha robado el corazón. Mientras tanto, sólo me quedará sonreír y seguir hacia delante, buscando aquel caballero real que me haga sentir aquellas cosas.